Cuando pequeña, uno de sus hermanos tenía un acordeón, pero tenía que sacarlo a escondidas para que no la sorprendieran. Nunca realizó estudios de música, pero su pasión por interpretar canciones antiguas en una época donde no había de qué otra forma escuchar música que no fuera gracias a algún organillero, logró traspasar ese gusto a sus hijos quienes incursionaron de forma profesional en ella.
La menor de la familia, la regalona de sus padres, sufrió con la muerte de ellos a temprana edad, pero guarda gratos recuerdos de esa época. Hasta hace apenas unos años soñó que tenía un acordeón rojo en sus manos. Decepcionada, despertaba percatándose que era sólo un sueño. Hoy lo tiene, y cuenta con un repertorio de música que sólo unos pocos conocen, y que a su avanzada edad sigue interpretando con la misma pasión.